Casi todos conocemos a Gustav Klimt por cuadros como “El beso” y sus sensuales mujeres doradas, pero él también pintó numerosos paisajes en los que la naturaleza, con sus infinitos tonos de verdes, es la principal protagonista.
Este gran artista austríaco fue el máximo representante de la Secesión Vienesa, movimiento modernista de fines del 1800. Desarrolló un estilo decorativo muy personal, marcado por el uso de formatos alargados, arabescos, líneas ondulantes y tonos dorados. Sus pinturas más famosas son aquellas en las que retrata a la figura femenina, en escenas cargadas de belleza y erotismo.
Pero Klimt también realizó numerosas obras en donde dejó plasmada su mirada de la naturaleza. Entre 1900 y 1916 pasó los meses de verano en el lago Atter, cerca de los Alpes Austríacos. Allí, lejos del trajín de la ciudad, pasaba los días pintando las tranquilas aguas turquesas y las pintorescas casas entre las montañas. Al igual que Monet, usaba un bote de remos y montaba su caballete en medio del lago.
Pintaba estos paisajes por puro placer, como una forma de meditación, libre de la presión de sus trabajos por encargo. De ahí la elección constante del formato cuadrado, ya que transmite una sensación de paz y equilibrio.
El palacio Kammer es un motivo recurrente, que le permite explorar la relación entre naturaleza y arquitectura. Elimina la línea de horizonte y los reflejos en el agua se convierten en un mosaico de pinceladas.
La pintura de paisajes ocupa un lugar destacado en la producción de Klimt y el vínculo con la naturaleza fue fundamental para su vida y su obra. Sobre esta relación profundizo en el curso “Los artistas y sus jardines”, pueden encontrar toda la información AQUÍ